¿Te das cuenta de lo que pasa? Allá afuera, sí afuera, fuera de esos ojos pardos enaltecidos por la conquista, ahí afuera, la gran máxima y exuberante mayoría de homo sapiens sapiens voltean a verte con un dejo de indiferencia, que se parece más al deprecio. ¡Bah! ¡Qué importa!
Miras a los muchos amigos que responden tus mensajes pormonótonaacciónrecíprocasocial enseñada por los padres, y los padres de los padres de los presentes. Miras también al que mira, igual que tú, y nadie para de hablar. La voz amistosa es aquella que mira silenciosamente mientras sus ojos hablan, aquella que dice como si nada pasara (como si viese la herida y tratara de curarla), aquella que mira y mata.
La madre mira silenciosa, el padre mira y no ve. Los demás están muertos. Dentro de la sobriedad más extrema se denota que a veces el mal es la casa. Poco importa.
Pero, y tú, que miras tiernamente la noche, que eres conocedor del cielo y del astro que ilumina y del astro que es veneno y vida. Tú que miras, igual que el que mira, con ojos pardos; que ves mensajes pormoacresos en tu buzón; que distingues la muerte de quien vale. Tú, que mirarás eternamente por tu ventana, ¿hará, si quiera, poca falta en conocernos? Sea, y ven, que las lágrimas son acero, en donde el cielo acorta más los días y las noches se vuelven siempre largas.
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