martes, 1 de febrero de 2011

Aviéntame.

Desde atrás de la esquina te miraba. Te veías hermosa. Si bien yo no pretendía ir a hablarte -o siquiera cruzar alguna mirada contigo- anhelaba estar junto a ti. Eras la viva imagen de un ideal que se hallaba dentro de mi soledad; eras, pues, la soledad misma.

No sé cuántos segundos pasé mirándote, tampoco sé cuántos días repetí la sesión, es bien cierto que eso no tiene importancia. Intentando calcular el límite de tu intuitiva paciencia y de mi desesperación por dejarlo todo me adentro en la curvatura de mi imaginería fantástica. Ahí, y sólo ahí, eres más perfecta; en realidad no eres nada. 
Me imagino una cuerda larga y dentro de ella mi cuello; pálido, rojizo en el centro y titubeante. Me imagino un cigarro consumiéndose al lado de una cigarra tambaleándose en su rugido monótono. Me imagino una taza de café eterna y crema seca, y azúcar, y granos sobre la mesa. Me imagino tu cabello largo y café, tu boca discreta y bien formada, esos ojos a veces rojizos por el humo, tu pequeña altura, tu volátil voz (y entre tanto el beso que no llegó). Bien te imagino yo. Te imagino entera y exhausta, te imagino vacía e inexistente. Te imagino, y me canso de llenar mi cabeza de recuerdo y café.

Desde atrás de mi esquina te miraba -te veías hermosa, quizá aun así te veas-. Si bien, jamás te hablé ni crucé palabra contigo, anhelo estar junto a ti.. Sigues siendo aquel fuego dentro de mi soledad; ya eres, pues, la soledad misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario