lunes, 7 de febrero de 2011

Superioridad.

Todas las mañanas, después de despertar, X. veía su reflejo en el espejo. Miraba detenidamente por largos e incontables minutos. Le gustaba hojear en su aspecto y vislumbrar su anatomía: La barba crecida y  discontinua, nariz prominente, ojos grandes y penetrantes, cabello despeinado, boca tierna. Pensaba que, a pesar de todo, podía ser peor; pero no era suficiente...

Le gustaba (todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches) mirar dentro de sí el reflejo de Y.. Repetía el proceso de cada mañana, pero todo el día con Y., y pensaba: "Debería tener un letrero llamativo en el rostro, de esos que hacen los publicistas. Últimamente hay tantos letreros, tan variados y llamativos, que parece difícil hacer que el sol lance sus rayos al rostro." Tenía, entonces, X. una nota con la leyenda "Tiempo compartido.; ofrezco fracción de vida.".

Había entre X. y Y. un puente con tablones rotos, algunos, y también firmes y sólidos, otros. Quizá ambos buscaban cosas distintas, quizá buscaban lo mismo pero ese no era el puente, quizá no se esforzaban en arriesgar. Pero ni Y. leía el letrero de X. y X. no miraba el letrero que estaba escondiendo Y.

Así pasaron todas las mañanas (tardes y noches) X. viendo su reflejo en el de Y. y Y., haciendo quién sabe qué cosas...

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